Vivimos
en un mundo donde tocarse el bolillo y no notar el móvil puede generar
verdaderos momentos de pánico, en donde quedar con amigos es pasar el tiempo
hablando con móviles, en donde ir a dar una vuelta significa caminar mirado el Whatsapp, y en donde cualquier actividad recreativa se realiza con el
único objetivo de exponer su resultado por las redes sociales, ¡vivimos un mundo de zombies!.
No discuto el hecho de
que vivimos en una época en la que no disponer de un medio de comunicación de
última generación es estar desconectado del mundo en general, ni el hecho de
que la Televisión ha empezado a quedar como un medio desfasado y obsoleto de información dejando a internet
prácticamente el monopolio de la información donde las noticias prácticamente
son al instante y puedes escucharlas y retrasmitirlas prácticamente en directo,
no discuto el hecho de que las redes sociales son una de las mejores y
novedosas formar de comunicación y como bien indica en su nombre socialización,
ni tampoco el hecho de que la tecnología ha dado paso a una nueva forma de
estudio y entretenimiento.
Pero hasta qué punto
esto es bueno, porque llega un momento en el que ir por la calle y no ver a
una persona atada a su móvil es algo incluso extraño, y esto crea una extraña
dependencia por un artilugio que hasta hace muy poco no estaba en nuestras
vidas, y si nos paramos a pensar en la gravedad de esto, nos daremos cuenta de
que de media miramos la pantalla de nuestro móvil o “Smartphone” cerca de unas 200 veces al día, pero realmente en que medida la información de un medio, en
el cual cualquier dato que se esparce de manera exponencial, puede llegar a ser
verídico o puede llegar a ser una absurda mentira, que proporción de socialización
tenemos estando 12 horas delante de las redes sociales en lugares donde tenemos
“1000 amigos” pero realmente no conocemos a ninguno, que proporción de estudio
tenemos de un dispositivo con el que estamos conectado a todo pero a la vez a
nada.
Quiero decir
últimamente miramos muy poco al mundo, y las maravillas que este ns muestra al
día y pasamos a estar única y exclusivamente atados a un pequeño dispositivo
que si se me permite decirlo no da más problemas que otra cosa: Que si se me
acaba la batería, que si se me acaban los datos, que si se me queda pillado,
que si se me va el wifi, que si no tengo cobertura… Y he aquí la pregunta en que momento nos hemos
convertido esclavos de nuestro propio teléfono. Tal vez llendo por la calle no
vayas a ver esto:
Pero cada día que pasa
se vuelve más y más cotidiano ver esto :
Quiero decir, me parece
horrible la idea de que esto lo veamos como algo normal, el hecho de que un
niño pequeño que debería de ir por la calle preguntado a sus padres como
funciona esto, que es aquello y como se llama aquello otro, pase las horas
embobado ante tal artilugio, o que en vez disfrutar de nuestros amigos no
pasemos el rato que estamos con ellos más atentos a nuestros teléfono que a lo
que hablan.
Lo más gracioso la crítica
no es al aparato en concreto, ni a la persona en concreto, pues últimamente quien
no vive conectado a unos de esos pequeños (aun ya no tanto) aparatitos esta desconectado
del mundo, y ya no solo del mundo si no de su propio entorno, es decir cuando
el mundo real ha pasado a ser tan aburrido, o solo es que nos parece mejor
mirar el móvil que hacer caso a la cruda realidad.
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